Creo que hoy en día ninguna editorial, nadie, no one, le publicaría Pippi Långstrump a una desconocida Astrid Lindgren, ni Matilda a un novel Roald Dahl. Nadie. Creo que hoy en día, como sociedad, somos hipócritas y cobardes.
Cuando leí Pippi a mis hijos lo primero que pensé fue en cómo, en unas décadas, habían cambiado los parámetros de lo que se consideraba literatura infantil, y de las diferencias entre países. No dejé de leerla, como me pasó con Peter Pan (la distribución de cajones ha cambiado y, definitivamente, la novela original ha saltado de cajón), pero en algún momento pensé que no entenderían algunas cosas. Nada más lejos de la realidad. Nos reímos mucho y, a pesar de mis miedos de madre, mis hijos no terminaron alimentándose sólo de chuches, ni cascándose huevos en la cabeza, ni desafiando a sus maestras.
Cuando leímos Matilda, el miedo de madre conservadora y convencional fue más fuerte. Quise parar u omitir algunas cosas, como lanzamientos por la ventana. La Trunchbull era realmente terrorífica, demasiado para una novela infantil… ¿O quizá no? Seguramente Roald Dahl coincidió con muchas Trunchbull durante su infancia. Pese a la exageración y la deformación, debía haber muchos hombres y mujeres de dureza y bajeza similares a las de los padres de Matilda o la misma profesora. Y ahora que tenemos internet, y nos vemos modernos hasta que nos veamos ridículos dentro de veinte años, ese tipo de personas sigue existiendo y abusando de su poder o de su fuerza. Por esta razón dejó de parecerme inapropiado leerles Matilda, porque la Trunchbull sigue ahí, pero también la señorita Honey.

Antes de agosto leímos El Ickabog de J. K.Rowling, y creo que si Rowling no fuese la autora de Harry Potter, ninguna editorial, nadie, no one, le habría publicado El Ickabog. Rowling hace muy bien varias cosas, una de ellas es crear personajes despreciables y presentarlos en su verdadera magnitud, en su crudeza, al lector. Lord Spittleworth es maquiavélico, manipulador, un psicópata carente de empatía, embustero, avaricioso, un ser sin escrúpulos. A lo largo de la novela, Rowling le muestra al pequeño lector la verdad oculta del personaje, a medida que el/la niño/a se va enfadando ante cada injusticia, y se va indignando más cada vez que Lord Spittleworth se sale con la suya. El lector ve como la “bola de nieve” crece y crece y que, aunque parezca que la situación se va a resolver por fin, empeora.
Rowling se carga a mucha gente en la novela. A mucha. La novela avanza hacia el abismo paso a paso, retratando la estupidez humana, el poder del miedo, la fuerza de la mentira, el abuso de poder. Y eso, además de otras cosas maravillosas, está ahí, en nuestra sociedad hipócrita y cobarde, y está muy bien que las pequeñas lectoras puedan reflexionar sobre cómo podemos llegar a comportarnos en determinadas circunstancias, a través de una trama clásica de reinos y castillos.
La única pega es que el final es un poquito precipitado y previsible. Esperábamos por lo menos el mismo nivel de desarrollo que en las primeras tres cuartas partes del libro. Pero entiendo que destinar el mismo grado de crudeza al desenlace, y cargarse toda la magia, la habría desequilibrado como novela infantil, así que se lo perdonamos. Me habría gustado saber cómo resolvía el final Roald Dahl.
Y, en relación con esto mismo, pienso que es un error muy gordo cambiar los cuentos tradicionales, sus personajes o sus finales. Es una falta de respeto absoluta: hacía el autor, hacia nuestra historia como sociedad y hacia el lector, tenga la edad que tenga. Si no ves adecuado leer a tus hijos El lobo y las siete cabritas porque te parece duro y sangriento, pues no se lo leas. ¿No te parece súper poder elegir entre tantas lecturas? Pero, por respeto, no le leas un versión vacía, edulcorada y manipulada del original, despojada de su sentido. El lobo de aquella época no se ha extinguido, de hecho ahora es más fácil que tus cabritas se encuentren con él. Y no precisamente a través de los libros.
A ninguna editorial, a nadie, a no one, se le ocurriría reescribir clásicos de la literatura universal pese a expresar posturas claramente machistas o racistas, ubicadas en otra época y en otro contexto social. ¿Por qué con la literatura infantil se hace?¿Eran Andersen o los Grimm menos autores, o tenían menos derecho sobre sus obras?¿Ah?
No seamos hipócritas y cobardes. De momento podemos decidir qué leemos con nuestras hijas y, si somos un poco menos hipócritas y cobardes, podemos explicarles muchas cosas apoyándonos en la lectura para estimular su pensamiento crítico.