No tan pequeño, como tantos niños y niñas, tiene miedo cuando está oscuro. Si se despierta de madrugada, viene a buscarme para que le acompañe hasta su cama y me quede con él hasta que se duerma. Me parece muy valiente por su parte salir de su habitación, descalzo, a oscuras, para despertarme, porque después no es capaz de volver a reunir el valor suficiente para regresar sólo a su cuarto y desandar el metro y medio que nos separa.
Yo soy miope desde joven, así que no recuerdo cómo era ver nítido sin gafas, y mucho menos cómo era la oscuridad para mí de niña. A veces me he puesto las gafas a oscuras y reconozco que la oscuridad nítida es mucho más amenazadora que cuando la ves borrosa. Así que entiendo que no tan pequeño, y tantos niños y tantas niñas, tengan miedo cuando no se ve.
La oscuridad borrosa parece más blandita y más onírica, menos agresiva, aunque objetivamente es más peligrosa porque, como no ves (de hecho ves peor que cuando hay luz), puedes pisar algo o chocarte y lastimarte. Es así. Pero cuando yo abro los ojos por la noche, la luz que entra por la persiana, las sombras, las siluetas, todo es indefinido y amorfo para mí, así que o todo es fantasma o todo es nada.
Entiendo que mi no tan pequeño sienta miedo, y que crea ver esos fantasmas. Entiendo que a veces nos llame, empapado en sudor y llorando, desde debajo de su edredón, para que le rescatemos y le abracemos.
No hay que subestimar el miedo que sienten los más pequeños en la oscuridad. Cuando crezcan, y sean miopes, se les pasará.